OLULA del RÍO
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SOMONTÍN:
“Una historia, un sentimiento”
“Una historia, un sentimiento”
RAMÓN NAVÍO
En los primeros Siglos de la era cristiana, ya en plena decadencia del Imperio Romano, un pobre hombre, cambiaba, por un puñado de sal, una carga de tomillo y romero a los mercaderes que venían del Este por el camino del río Almanzora. Cuando alguien preguntó a nuestro paisano que de donde era, este señalando a lo alto del cerro les dijo que de “Summus Montis”. Nadie podía imaginar que el nombre de aquellas cuatro o cinco casas que había alrededor de una fuente llegaría en un futuro a levantar pasiones en tanta gente.
Estaban nuestros paisanos acostumbrados a ver pasar por la ruta del río a gente de aspecto estrafalario. Pero nunca tanta como aquel año 713, cuando llegaron unas gentes altas, de tez morena y ropajes brillantes. La vida en Somontín, todavía llamado “Summus Montis”, era muy dura. La tierra de cultivo era escasa, apenas unas paratas entre las riscas al lado de algún chortal. La principal fuente de vida era la Sierra, ¡siempre la Sierra!: esparto, tomillo, romero, espliego y, sobre todo, conejos, liebres y perdices. Los escasos habitantes de nuestro pueblo se ilusionaron pensando que aquellas gentes, que llegaban con nuevas ideas, serían capaces de ayudarles a cambiar sus vidas. ¡Y lo consiguieron!. Cuando partieron de esta tierra dejaron tras de sí, entre otras mucha cosas, cientos de bancales, balsas, acequias, casas frescas, molinos y almazaras.
Pasaron los Siglos y, poco antes de que una nueva cultura cambiase de nuevo nuestro pueblo, pasado el año de 1.550, a aquellos somontineros moriscos que continuaban creyendo en Alá se les obligó a levantar una iglesia y a buscar a unos maestros mozárabes para que la adornasen con un magnífico artesonado de madera. A muchos les costó más de una lágrima ver como sobre los muros de su mezquita se levantaba una iglesia cristiana. Después de ese duro principio, fue en esa iglesia donde arraigó una Fe que fortaleció los principios de los nuevos somontineros.
Tras la expulsión de los moriscos en 1.572 sólo quedaron golondrinas y gorriones. Todo desierto. Somontín existía pero sin somontineros. Llegaron unas cuantas familias manchegas y es a partir de ese momento cuando se forjan nuestras raíces. El carácter de los somontineros de hoy es el que ha ido haciéndose a partir de entonces. A partir de gente venida de todos sitios, de gente que nada tenía que perder porque nada tenía. Primero el agua de las fuentes y después el corazón de la Sierra con su jaboncillo fueron como imanes para los que pasaban por aquí. Y siempre eran bienvenidos, bien acogidos por todos por todos.
Y la acogida sigue siendo hoy un rasgo característico de nuestras gentes. Tenemos apellidos de aquí y de allí: Garcías, Pérez, Martínez, de Castilla. Oliver y Domene de Cataluña. Echevarrías del País Vasco,… Todos somos de fuera, pero todos somos somontineros. Hemos aprendido a lo largo de los años que si aceptas al que viene como es, acaba siendo de los tuyos y, además, nuestra cultura se enriquece con la suya.
Pero nada es eterno. Después de muchos años en que a Somontín viniese gente a ganarse el pan, éste empezó a escasear. Y hubo que ser valientes y dejar nuestra tierra para buscar un trabajo, muchas veces más duro que el de la mina o del campo; siempre más triste: Estados Unidos, Argentina, Australia, Suiza, Alemania, Francia, otras tierras de España,…, cientos de pueblos, de ciudades, vieron llegar a somontineros en busca de una nueva vida. Hacía falta valentía para hacer las maletas y salir del pueblo y sobrepasar por primera vez la vida, el límite al que alcanza la vista, con un destino tan oscuro y desconocido. Otra lengua, otra cultura. Y siempre pensando en volver, siempre con la esperanza de volver.
Y la esperanza de volver a nuestro pueblo no se pierde. No para pasar los últimos días esperando a que, una mañana en la Somaica, nuestras cenizas se agarren a la larga cola del viento de Poniente. Sino volver pronto y tener tiempo para que nuestros hijos vean que hay otra forma de vivir, que no todo es prisa y ser el mejor, aunque sea pisando a un amigo, sino que se puede vivir y trabajar a otro ritmo, a nuestro ritmo. La esperanza es lo último que se pierde.
Que Somontín siga siendo ese pueblo almeriense de calles empinadas, casas blancas y gente acogedora para demostrar nuestro talante apasionado, sensato y responsable. Con ilusiones nuevas cada día y valientes ante los retos del futuro.
Somontín, 12 de agosto de 2.004.
Juan Sánchez-NOVIEMBRE-2.016
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