MACAEL:
Años 1.966 y 1.967“ Yo también trabajé en las Canteras de Macael en las vacaciones veraniegas”
Años 1.966 y 1.967“ Yo también trabajé en las Canteras de Macael en las vacaciones veraniegas”
Sí. Y además iba andando desde Laroya por la vereda de “La carrasca sola” por lo que tenía que levantarme una hora antes que los que subían en los camiones desde el pueblo de Macael.
A las seis de la mañana mi padre y yo emprendíamos camino. Cuando llegábamos al tajo (Cantera de Carbonato), industrial afincado en Olula del Río pero de ascendencia de mi pueblo. Tengo que decir que nunca llegué a hablar con este señor y la verdad que pasado el tiempo no me importó. Era un hombre, según comentarios, un tanto especial como empresario. Mi sueldo quincenal era de 1.500 pesetas, dinero que para finales de los 60 era suficiente para costearme especialmente libros, matrícula y aportaciones familiares de cara a sufragar los gastoa de Internado. Porque yo hice el Bachillerato en Albox, en el Instituto “Cardenal Cisneros” dado que en la comarca sólo disfrutaban de esta Institución Albox, Vera y Veléz Rubio en la Comarca de los Vélez. Era una modalidad de Bachiller llamado “Laboral”, duraba 7 años. El Elemental 5 y el Superior 2 años. La especialidad de aquel instituto era “Avicultura” (quizá porque había muchas granjas de aves, especialmente gallinas) y teníamos que estudiar bastante sobre ellas, pollos, huevos… Con frecuencia visitábamos alguna granja “avícola” claro. También en prácticas diseccionábamos más de una gallina y estudiábamos su organografía.
Mis compañeros y yo sabemos mucho también de huevos: forma, peso, tamaño, clasificación, frescura, color…
A mí no me engañan los recoveros.
A las seis de la mañana mi padre y yo emprendíamos camino. Cuando llegábamos al tajo (Cantera de Carbonato), industrial afincado en Olula del Río pero de ascendencia de mi pueblo. Tengo que decir que nunca llegué a hablar con este señor y la verdad que pasado el tiempo no me importó. Era un hombre, según comentarios, un tanto especial como empresario. Mi sueldo quincenal era de 1.500 pesetas, dinero que para finales de los 60 era suficiente para costearme especialmente libros, matrícula y aportaciones familiares de cara a sufragar los gastoa de Internado. Porque yo hice el Bachillerato en Albox, en el Instituto “Cardenal Cisneros” dado que en la comarca sólo disfrutaban de esta Institución Albox, Vera y Veléz Rubio en la Comarca de los Vélez. Era una modalidad de Bachiller llamado “Laboral”, duraba 7 años. El Elemental 5 y el Superior 2 años. La especialidad de aquel instituto era “Avicultura” (quizá porque había muchas granjas de aves, especialmente gallinas) y teníamos que estudiar bastante sobre ellas, pollos, huevos… Con frecuencia visitábamos alguna granja “avícola” claro. También en prácticas diseccionábamos más de una gallina y estudiábamos su organografía.
Mis compañeros y yo sabemos mucho también de huevos: forma, peso, tamaño, clasificación, frescura, color…
A mí no me engañan los recoveros.
Bueno, volvamos a la Cantera de Carbonato. Estaba situada en “El Río”. Eran las canteras más próximas a mi pueblo y también las más peligrosas porque todas tenían por encima las escombreras de las canteras de “a media montaña”. No era raro el día que había un deslizamiento de piedras de dichas escombreras y el corte de nuestra cantera era al menos de unos 40 metros. Ni casco ni cualquier otra prevención como las hay hoy. Suerte y confiar en la “divina providencia”. Los meteoritos caían sin previo aviso. Cuando escuchábamos deslizamiento alguno, todos salíamos disparados desde el banco a la placeta para evitar el impacto. Mi amigo Jose del “Royo” (pedanía de Macael), murió por un impacto en la cabeza de una piedra de mármol desprendida de la cantera de encima. A mí me cogió en el Instituto pero de veras que lo sentí. Más de una vez y para que evitarme la caminata me invitaba a cenar y dormir en su cortijo muy próximo al trabajo. Lo sentí de verdad. Tenía unos pocos años más que yo…
Mi padre me asesoraba de cómo debía de usar la almaina para partir el mármol ya que si no sigues el hilo del grano de la piedra al golpear el mármol, este no se parte y la fuerza del golpe desprendía sirlas de piedra a altísima velocidad y se te incrustaban especialmente en las manos y en los brazos que llevábamos descubiertos porque yo sólo iba en verano. En mis dedos me quedan algunas señales de los impactos que pillé antes de aprender a partir las piedras. Cada vez que me veo esos remiendos de las manos recuerdo con agrado aquella etapa de mi vida. No sería justo si no recordara a mi encargado José “Chalecos” q.e.p.d. Se hacía el hombre cargo de mi situación y jamás me llamó la atención. Ah! sí. Siempre me mandaba a buscar agua con un cántaro a la “Fuente Laza” pues consideraba él que era una especie de liberación el paseo de ida y vuelta. Un par de kilómetros en total. Cierto día, se descuidó y nos quedamos sin gota de agua por lo que urgía que pronto repusiéramos el líquido vital para los 15 ó 18 tíos (en el sentido de hombres fuertes) en pleno mes de julio y agosto.
Por donde vine a coincidir en la “Fuente Laza” con un coleguilla que hacía tiempo que no veía y me entretuve más de la cuenta charlando con él (imprudente yo que dejé a mis compañeros de secano en pleno estío) más tiempo del debido. Cuando volví, ya os lo podéis imaginar. Claro que yo no tenía argumentos y me tragué el “café” con resignación. ¿Qué podía argumentar?
José “Chalecos”además me ponía de ejemplo a otro compañero joven que era trabajador permanente de aquella cantera y que se escaqueaba cuando el encargado se despistaba:
-Ramón,(decía) mira Juanico que no levanta cabeza y le cunde más que a ti en recoger escombro- Bueno, yo creo que se pasaba. Le quería y le tenía en mucha estima. Años más tarde cuando mi familia y yo bajamos a vivir a Macael tuve la suerte de residir a escasos metros de su casa. José ya estaba jubilado y yo sentía como se alegraba cada vez que nos encontrábamos, que eran muchas.
Él vivía en la Calle Aire y yo en la placeta de enfrente, detrás de los pisos de Pepe “El sastre” frente la Solita. Nombro estas personas, muchas ya ausentes, porque eran harto conocidas en el pueblo de Macael. De la cantera, me acuerdo de todos. Me hizo gracia el apodo del hombre más mayor del grupo, le decían el tío Luis “Picha”. A pesar de su pronta jubilación era muy activo y simpático. No lo volví a ver después. Siempre hubo en el trabajo buena armonía y espíritu de ayuda y colaboración. Pese a que el trabajo era muy muy pesado y peligroso había buen humor, se canturreaba, se contaban chascarrillos, especialmente picantes y la vida en el trabajo se hacía agradable pese a su dureza. Ni que decir tiene que estábamos deseando que llegara la hora de comer. La 1 de la tarde. Nos recogíamos en un espacio denominado “Cortijo” hecho de grandes bloques (para protegernos de las piedras cuando explosionábamos barrenos) y para comer. Ellos, comían comida caliente que subían los arrieros (chavales que poseían un burro o burra con aguaderas. Estos subían los cestos de comida que preparaban las mujeres de Macael y que el arriero se encargaba de llevarlos cada uno a su cantera a la distante unos pocos kilómetros cuando se trataba de las “canteras del río”. Los de Laroya nos teníamos que llevar “el cesto” con el almuerzo por lo que siempre era comida fría. Después de comer descansábamos un poco y nuevamente al “tajo” hasta las cinco de la tarde cuando tocaba el “pito” que ponía punto y final a la jornada de trabajo. Desde un cerro una persona que hacía sonar una caracola de mar y suponía el final de la jornada.
Había que volver a Laroya. El mismo camino que hacíamos de madrugada. Ahora tardábamos más. Íbamos cansados y los dos últimos kilómetros para llegar a casa no tenían fin. El río del pueblo lo teníamos que cruzar y no sabéis el disfrute de estar 10 ó 15 minutos metidos en un charco de aguas frescas y limpias como el cristal.
Como los días de julio y agosto eran largos, aún nos quedaba tarde para ir a jugar al frontón en la pared de la Iglesia, para bajar al bancal (la huerta de Laroya está debajo del pueblo) a coger alfalfa para los conejos, ir a buscar nidos (entonces no era ecologista, quien me lo iba a decir), a robar frutas… y pronto a cenar para reponer fuerzas y acostarse temprano para iniciar una nueva jornada laboral.
Mi padre me asesoraba de cómo debía de usar la almaina para partir el mármol ya que si no sigues el hilo del grano de la piedra al golpear el mármol, este no se parte y la fuerza del golpe desprendía sirlas de piedra a altísima velocidad y se te incrustaban especialmente en las manos y en los brazos que llevábamos descubiertos porque yo sólo iba en verano. En mis dedos me quedan algunas señales de los impactos que pillé antes de aprender a partir las piedras. Cada vez que me veo esos remiendos de las manos recuerdo con agrado aquella etapa de mi vida. No sería justo si no recordara a mi encargado José “Chalecos” q.e.p.d. Se hacía el hombre cargo de mi situación y jamás me llamó la atención. Ah! sí. Siempre me mandaba a buscar agua con un cántaro a la “Fuente Laza” pues consideraba él que era una especie de liberación el paseo de ida y vuelta. Un par de kilómetros en total. Cierto día, se descuidó y nos quedamos sin gota de agua por lo que urgía que pronto repusiéramos el líquido vital para los 15 ó 18 tíos (en el sentido de hombres fuertes) en pleno mes de julio y agosto.
Por donde vine a coincidir en la “Fuente Laza” con un coleguilla que hacía tiempo que no veía y me entretuve más de la cuenta charlando con él (imprudente yo que dejé a mis compañeros de secano en pleno estío) más tiempo del debido. Cuando volví, ya os lo podéis imaginar. Claro que yo no tenía argumentos y me tragué el “café” con resignación. ¿Qué podía argumentar?
José “Chalecos”además me ponía de ejemplo a otro compañero joven que era trabajador permanente de aquella cantera y que se escaqueaba cuando el encargado se despistaba:
-Ramón,(decía) mira Juanico que no levanta cabeza y le cunde más que a ti en recoger escombro- Bueno, yo creo que se pasaba. Le quería y le tenía en mucha estima. Años más tarde cuando mi familia y yo bajamos a vivir a Macael tuve la suerte de residir a escasos metros de su casa. José ya estaba jubilado y yo sentía como se alegraba cada vez que nos encontrábamos, que eran muchas.
Él vivía en la Calle Aire y yo en la placeta de enfrente, detrás de los pisos de Pepe “El sastre” frente la Solita. Nombro estas personas, muchas ya ausentes, porque eran harto conocidas en el pueblo de Macael. De la cantera, me acuerdo de todos. Me hizo gracia el apodo del hombre más mayor del grupo, le decían el tío Luis “Picha”. A pesar de su pronta jubilación era muy activo y simpático. No lo volví a ver después. Siempre hubo en el trabajo buena armonía y espíritu de ayuda y colaboración. Pese a que el trabajo era muy muy pesado y peligroso había buen humor, se canturreaba, se contaban chascarrillos, especialmente picantes y la vida en el trabajo se hacía agradable pese a su dureza. Ni que decir tiene que estábamos deseando que llegara la hora de comer. La 1 de la tarde. Nos recogíamos en un espacio denominado “Cortijo” hecho de grandes bloques (para protegernos de las piedras cuando explosionábamos barrenos) y para comer. Ellos, comían comida caliente que subían los arrieros (chavales que poseían un burro o burra con aguaderas. Estos subían los cestos de comida que preparaban las mujeres de Macael y que el arriero se encargaba de llevarlos cada uno a su cantera a la distante unos pocos kilómetros cuando se trataba de las “canteras del río”. Los de Laroya nos teníamos que llevar “el cesto” con el almuerzo por lo que siempre era comida fría. Después de comer descansábamos un poco y nuevamente al “tajo” hasta las cinco de la tarde cuando tocaba el “pito” que ponía punto y final a la jornada de trabajo. Desde un cerro una persona que hacía sonar una caracola de mar y suponía el final de la jornada.
Había que volver a Laroya. El mismo camino que hacíamos de madrugada. Ahora tardábamos más. Íbamos cansados y los dos últimos kilómetros para llegar a casa no tenían fin. El río del pueblo lo teníamos que cruzar y no sabéis el disfrute de estar 10 ó 15 minutos metidos en un charco de aguas frescas y limpias como el cristal.
Como los días de julio y agosto eran largos, aún nos quedaba tarde para ir a jugar al frontón en la pared de la Iglesia, para bajar al bancal (la huerta de Laroya está debajo del pueblo) a coger alfalfa para los conejos, ir a buscar nidos (entonces no era ecologista, quien me lo iba a decir), a robar frutas… y pronto a cenar para reponer fuerzas y acostarse temprano para iniciar una nueva jornada laboral.
Juan Sánchez-DICIEMBRE-2.016
No hay comentarios:
Publicar un comentario